la cosa está malamente

la cosa está malamente

09 junio 2012

Lahcen

Ayer vi a un hombre “salvaje” como sinónimo de “no cultivado”, o más bien, como diría Sinatra, un hombre construido a su manera. Hacía como ocho años que no tenía noticia de él.

Un hombre curioso y trabajador y despabilado, un buen tipo pese a todo.
Creo recordar que su apellido auténtico es Lahcen o algo así. Nació en Marruecos hace no sé cuántos años. Llegó a nuestro país solo, no tiene familia aquí.


Lahcen es sordomudo. No conoce el lenguaje de signos, no sabe hablar, sólo emite agudos chillidos, y en los años que lo conocí sólo sé que aprendió a decir “papa”. Es analfabeto incluso en su lengua, con lo que toda su vida ha tenido que inventar su propia manera de comunicarse.


Sus padres, seguramente pobres, poco le habrían conseguido educar, y en su país si no eres un listo, lo llevas mal. Se trata de un buscavidas, criado a la buena de Dios. Lógicamente, no ha leído, no ha entendido a quienes pudieran intentar inculcarle cualquier ley, religión, conducta moral o normas de urbanidad, ni siquiera recomendaciones o consejos. Su forma de enfrentarse al mundo se la ha tenido que construir él mismo en un contexto en el que el que  no corre, vuela.


Al no conocer normas de convivencia mínimas hacía cosas raras, como por ejemplo, no le importaba criticar a sus compañeros delante de ellos, bromeaba con mis compañeros de trabajo llamándolos “maricas” (de manera muy gráfica, la única forma que tenía de hacerlo), eso sí, sin importarle quién estuviera delante.


También recuerdo que en una ocasión, impartí una clase de “alfabetización informática” a su grupo. Ante la imposibilidad de poder dedicarle tiempo sin retrasar al resto, (que estaban absolutamente “pez” en la materia), lo dejé a su libre albedrío durante las clases, tiempo que aprovechaba para visitar páginas porno a la vista de todos, cosa que era recibida con desagrado por muchos de sus compañeros, a los que mandaba a paseo con ostensibles gestos y chillidos, para proseguir con su entretenimiento. 


También en la oficina, me enteré que cuando vino a nuestro país, (supongo que tras destrozar la paciencia de algún funcionario), le pusieron en los papeles oficiales un nombre que no es el suyo, incluso una nacionalidad equivocada. No parece que le importara demasiado.
Una noche me lo encontré en la calle entregando tarjetas de un puticlub, e informando mediante gestos a los potenciales clientes de las virtudes de ese local.


Lo más curioso, es lo que me contaron de una circunstancia que le ocurrió una vez, en la que decidió contratar los servicios de una dama “de moral distraída”. Sería por la edad de la señorita, o quizá por tener hábitos poco saludables, o puede que sólo la mala suerte, pero en pleno acto, la señorita fue víctima de un problema coronario que le llevó al repentino fallecimiento. Lo que me dijo el compañero que me relataba la embarazosa escena, fue, “tú imagínate a ese hombre intentando explicarle a la policía lo que había sucedido”.


Pues ahí estaba. Vestía de forma similar, caminaba como siempre, a buen paso pero con aspecto tranquilo, continuando con su lucha por la vida, sin ademán de hacer algo meritorio, sino de simplemente vivir, con un razonable éxito bajo sus propias reglas en un mundo moldeado por él mismo, a su  medida.