Me encontraba contento en una
guagua turística con más personas, conocidas y desconocidas, de gira por alguna
provincia costera de Colombia que tenía un indudable parecido con el norte de Tenerife. Había piscinas de agua salada
como son habituales en el norte de las islas, de las que disfrutaban una
nutrida cantidad de bañistas.
Sin entender porqué, el conductor
decidió llevar su vehículo por una de las paredes de callao que separaba sendas
piscinas. La anchura de la misma era, a simple vista, insuficiente para la
circulación de ningún vehículo mayor que una bicicleta.