Escribo esta entrada al día siguiente al terrible atentado
que vivió Bruselas con varias bombas puestas en el aeropuerto y el metro de la
capital europea.
No voy a tocar en este día el tema del terrorismo, sus
causas y cómo combatirlo. Eso quizá salga en otro artículo. Pero sí tocaré la
inevitable dicotomía entre seguridad y libertad, que se suele poner en debate
tras situaciones como ésta.
Respecto a la defensa de una "mayor Seguridad", todos
sabemos que básicamente se traduciría en la legislación más propensa a
justificar una respuesta más violenta contra las posibles amenazas, y en un mayor control a los ciudadanos.
Por contra, no es menos cierto que sin seguridad no se puede hablar de libertad. La libertad es imposible en un lugar donde da miedo salir a la calle.
En cuanto a mi postura en relación a ese binomio, (de seguridad vs libertad), mi
tendencia es a inclinarme por la segunda. ¿Cómo voy a aceptar una mengua de mi
libertad?.
Pero reconozco que esa respuesta tiene trampa. Yo vivo en
una ciudad menor, en un sitio alejado del mundo, donde las posibilidades de
sufrir un atentado son muy pequeñas. Me imagino que si viviera en una gran
capital europea estaría más asustado y aceptaría hacer algunas concesiones.
No me cabe duda de que hay personas a las que les beneficia
crear un estado del miedo. Empresas y gobiernos con intereses en las industrias
armamentísticas, de seguridad privada, o que se dediquen al control y venta de
datos que luego se puedan usar para todo tipo de fines, desde comerciales a
políticos. También sirve para justificar posiciones ideológicas o decisiones políticas
discutibles, como por ejemplo, la adoptable frente a los refugiados de países
árabes.
Eso es cierto, pero la amenaza también lo es. Una cosa que
es realmente complicada de alcanzar es la identificación de las causas del
terrorismo, pero siempre hay que verlas, en mi opinión, con espíritu práctico,
lo que no siempre ocurre, pues en ocasiones parece más importante culpar a unos u otros que resolver el problema.
Lo importante es que no se repitan estos crímenes. Pero eso, indudablemente, va
tener un coste. Económico, en términos de libertad cotidiana, de relaciones con
las personas, (desconfianza) y vaya usted a saber en qué más terrenos.
Mi posición, como tantas veces, es contradictoria.
Por un lado, creo que hay que rebelarse frente a los excesos
de aquellos que quieren aprovecharse de estas desgracias para arrimar el ascua
a su sardina (los que se benefician del miedo colectivo). Eso implica estar muy
vigilante con las pretensiones de algunos. La libertad es algo muy serio.
Otra de las ideas, es la de aceptar como irremediable
ciertas medidas, (controles en los aeropuertos, cierta vigilancia en las redes
de personas sospechosas de captar terroristas). El terrorismo hay que combatirlo, y me temo que el diálogo es inútil con los fanáticos.
La prevención del crimen es fundamental, pero ahora, y por mucho tiempo, sabemos que hay gente que ya no es socialmente recuperable. Que quieren hacer daño, y lo harán si pueden. Para eso hay que actuar con toda la contundencia necesaria, con una combinación de acciones militares y policiales. Decir otra cosa, es pura pose, o tratar de engañarse a uno mismo y a los demás.
Eso sí, siempre debe ser algo
controlado por jueces en base a leyes justas, y no dar carta blanca a estados o
particulares. Pero también supongo que por mucho que uno quiera, hay gente que
va a ir más allá de lo admisible, y es muy probable que ya esté ocurriendo con otros fines, como el análisis de mis gustos en internet o desplazamientos, para
hacerme ofrecimientos comerciales, -esto en el más inocente de los casos-.
Habrá algunos aspectos en los que es casi imposible
rebelarse. Si quiero tener un móvil, ya estoy dando información. Si compro
cosas, estoy dando datos, estoy informando. Para un montón de aspectos
cotidianos estoy regalando el quién soy y cómo soy. Con el incremento
tecnológico, supongo que quiéralo o no, esto va a ir a más.
Supongo que esto es así por mucho que patalee. Así que
aunque me inquiete, tengo que relajarme y vivir como si no me afectase. Al fin
y al cabo, me consuelo pensando que soy demasiado mindundi para que alguien se
tome la molestia de controlarme mucho. ¡Ser un Don nadie también
tiene sus ventajas!.
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